Autoconocimiento

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El maestro visitó en cierta ocasión una ciudad, cuando una delegación habiendo sabido que estaba recorriendo un camino cercano fue a presentarle sus respetos y le rogó que pasara algún tiempo con ellos.

-“¿Quieren satisfacer su curiosidad sobre mí, agasajarme y rendirme honores, o me invitan para

que comparta mis enseñanzas con ustedes?”, les preguntó.

El cabecilla del grupo, después de consultar con el resto de los ciudadanos, le respondió:

-“Hemos oído hablar mucho de ti, y puede que tú no hayas oído nada sobre nosotros. Ya que al parecer nos concedes el raro privilegio de recibir tu enseñanza, la aceptamos con sumo gusto”.

El maestro entró con ellos en la ciudad.

El pueblo entero estaba reunido en la plaza pública. Sus propios maestros espirituales situaron al visitante en el lugar de honor, y cuando estuvo sentado, el primero de los filósofos del pueblo se dirigió a él en estos términos:

-“¡Sublime Presencia y Gran Maestro! Todos hemos oído hablar sobre ti, pues ¿quién no ha oído hablar de ti? Pero como tú no estarás familiarizado con los pensamientos de personas tan insignificantes como nosotros, te rogamos que nos permitas mostrarte nuestras ideas, para que por nuestro bien puedas confirmarlas, corregirlas o refutarlas.”

Bahaudin le interrumpió diciendo:

-“Te diré lo que van a hacer, y no hace falta que me digan nada sobre ustedes.”

Procedió entonces a describirle a la gente su propia forma de pensar, sus defectos y la manera concreta de considerar diferentes problemas de la vida y del hombre.

Después de esto, dijo a los atónitos ciudadanos:

-“Ahora, antes de decirles cómo pueden remediar este estado de cosas, quizá querrán expresar algunos sentimientos reprimidos en sus corazones, para que yo pueda explicarme y seles de utilidad. De esta forma prestarán más atención a lo que les voy a decir.”

El mismo interlocutor, después de consultar con los demás, dijo:

-“¡Oh, maestro y guía! La causa unánime de nuestro asombro y curiosidad es cómo puedes saber tanto sobre nosotros, nuestros problemas y especulaciones. ¿Acertamos al pensar que ese conocimiento sólo puede existir en presencia de una forma superior de percepción directa, en un individuo excepcionalmente dotado?”

Como respuesta, el maestro pidió un cuenco, una jarra con un poco de agua, sal y harina. Echó la sal, la harina y el agua en el cuenco. Una vez hecho esto, dijo al interlocutor principal:

-“Por favor, ¿serías tan amable de decirme lo que hay en la vasija?”

El hombre respondió:

-“Reverencia, hay una mezcla de harina, agua y sal.”

-“¿Cómo sabes la composición de la mezcla?”, preguntó el maestro.

-“Cuando se conocen los ingredientes, no existe duda sobre la naturaleza de la mezcla”, dijo el hombre.

-“Ésa es la respuesta a tu pregunta, que seguramente no requiere más explicaciones de mi parte”, dijo el maestro.

Idries Shah

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